La segunda jornada del XXXI Simposio de Misionología se centra en la teología del martirio y en su contribución a la misión de la Iglesia.

El segundo día del simposio, igual de intenso que el primero, ha continuado con la misma dinámica expositiva. Por un lado, la primera conferencia, de carácter más teológico, ha servido como punto de partida para la presentación de algunas vidas de santos y como sustrato de fondo para el posterior diálogo.

La mañana comenzó con la conferencia de D. Roberto Calvo Pérez, Decano de la Facultad de Teología de Burgos y Director del Instituto de animación misionera, titulada la santidad martirial como donación extrema por amor. En su exposición, partió de la figura profética de Jesús que se expone en los evangelios para dar cuenta que tanto el reconocimiento como el rechazo configuran y confirman la misión suya y de cualquier enviado, de modo que la misión de la Iglesia, a la vez que misión pascual, es necesariamente misión martirial. A su vez remarcó que los santos, cristianos llamados así desde su origen, no son únicamente personas perfectas inmersas en la lucha del bien y el mal, sino «personas atravesadas por el paso de Dios», de modo que todo cristiano ya es santo, aunque a lo largo de su vida se va perfeccionando en santidad. Calvo Pérez afirmó que toda esta gracia de Dios con nosotros es para la misión: «Dios nos acoge, nos hace santos porque tenemos una misión. La santidad no es algo exterior, sino que se vive, se expresa, y se manifiesta. La santidad es misionera por naturaleza»; es aquí donde cobra sentido la vida entregada del mártir, ya que sirve de cimiento para la continua edificación de la Iglesia. El ponente concluyó que «la Iglesia en misión necesita la santidad martirial», relacionada íntimamente con la lógica del sacrificio eucarístico, y que por ello es posible pensar en «una misión eclesial alentada por el perfume de la santidad martirial».

A continuación, la mañana se completó con dos intervenciones más. D. Roberto de la Iglesia Pérez, abad del monasterio de San Pedro Cardeña expuso la experiencia de los monjes trapenses de Tibhirine, destacando cómo vivieron su vocación en tierras del Islam y su discernimiento ante el peligro. De la Iglesia Pérez insistió en que esta comunidad «vivió el acercamiento al otro más con el corazón que con el intelecto», de forma que ellos se situaban como «buscadores de Dios junto con otros buscadores de Dios», lo cual refleja una dimensión ecuménica sin ningún tipo sincretismo. También se reflejó que el discernimiento ante la amenaza terrorista estuvo marcado por la fidelidad y perseverancia de toda la comunidad, gestándose así el proceso de maduración de su entrega martirial cuya prueba es el Testamento espiritual del Beato Christian, el superior de la comunidad. Posteriormente, D. Tarsicio Antón Terrazas, misionero, pronunció la ponencia preparada por D. José María Rojo, que finalmente no puso asistir, sobre los mártires anónimos en América Latina. Partiendo de que «el martirio es un regalo de Dios al mártir y a su pueblo», Antón Terrazas afirmó que «una iglesia que opta por los pobres está condenada al martirio», como se demuestra en tantos mártires anónimos de Latinoamérica que fueron asesinados por su compromiso con los pobres y por el odio hacia la caridad; la humanidad está en deuda con ellos por haber hecho una opción evangélica por los pobres.

Finalmente, la tarde ofreció otros dos testimonios de santidad misionera. El primero de ellos fue sobre la figura de Santa Teresa de Calcuta, ofrecido por D. Ignacio Amorós Rodríguez-Fraile, sacerdote español misionero en Uruguay y profesor en Word on Fire Institute. Él mismo estudió desde su juventud a Madre Teresa movido por el testimonio de las misioneras de la caridad, de forma que ha llegado a concluir que más allá de la imagen de lo exterior, de la acción caritativa de la que ha sido calificada como «la mujer más poderosa del mundo», se descubre una experiencia espiritual muy intensa: toda su frenética labor ha sido irradiación o desbordamiento del amor de Dios. El ponente terminó recordando la importancia de los santos en la teología, ya que «la vida espiritual es apropiación subjetiva del dogma revelado»; por ello tiene sentido acercarse a la vida de Madre Teresa como un lugar teológico sobresaliente. Por último, la reflexión sobre San Carlos de Foucauld, por D. Manuel Pozo Oller, Director del Boletín Iesus Caritas, cerró la segunda jornada de estudio. El ponente invitó a ver esta figura de santidad como un maestro de misioneros en el mundo globalizado del siglo XXI, un guía espiritual y un «desbrozador de nuevos caminos misioneros». Señaló también que después de su conversión, aun conociendo la obra de otros misioneros en África, descubre que Dios le llama a crear fraternidades; esta llamada le acaba perdiendo en un inmenso territorio desértico para estar en medio de la gente y suscitar relaciones de amistad. Pozo Oller destacó algunos rasgos de su carisma misionero, como el abandono en las manos de Dios por obediencia, la imitación de Jesús en el silencio y abajamiento de su encarnación, el hecho de gritar el Evangelio con la vida, la importancia de la Eucaristía, centro y referencia primera de la evangelización, y la misión de la fraternidad, de modo que todos los que le rodeaban, independientemente de su religión, le viesen como un hermano universal.